Si se implementa adecuadamente, el modelo de las ciudades inteligentes beneficiaría a Bogotá.
A mediados de febrero, el Distrito declaró alerta ambiental por la calidad del aire en Bogotá y adoptó algunas medidas, como el pico y placa para automóviles y motocicletas, así como restricciones del tránsito de vehículos de carga. Esto generó una discusión en torno a las posibles medidas para ayudar a resolver y prevenir esta situación. No obstante, hay un asunto que no se ha abordado con profundidad y, de implementarse adecuadamente, tendría efectos positivos para todos los ciudadanos: las ciudades inteligentes.
La mala calidad del aire no es un asunto menor ni exclusivo de Bogotá. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, más de 4,2 millones de muertes se le atribuyen a la polución en el ambiente cada año. Además, el 91 % de la población mundial vive en lugares que no cumplen los estándares de calidad de aire de esa organización.
Por otra parte, el sector transporte juega un rol importante en la contaminación del aire. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, el transporte representa el 28 % de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y el 21 % para la Unión Europea. Además, según la Secretaría Distrital de Ambiente, el 43,6 % de las emisiones de fuentes móviles en Bogotá provienen de los camiones de carga, seguidos de transporte público colectivo y transporte especial, camperos y camionetas.
Ahora bien, esto no solo es una discusión sobre la calidad del combustible, sino también sobre la tecnología de los motores y su uso efectivo. Mientras que la regulación establece un máximo de 50 partes por millón de azufre en el diésel, el diésel B2 tiene, en promedio, menos de 20 partículas por millón a nivel nacional, como resultado de una mezcla entre combustible fósil y biodiésel. En contraste, probablemente el vehículo con el motor más eficiente no esté reduciendo sus emisiones al mínimo si pierde la mayor parte del tiempo atrapado en un trancón.
El rol de las ciudades como actores claves para abordar los retos ambientales es cada vez mayor. Según datos de Naciones Unidas, mientras que en 1950 el 42 % de la población en América Latina y el Caribe vivía en zonas urbanas, en 2020 este porcentaje será 81,2 %. Adicionalmente, según la Agencia Internacional de Energía, en 2016, las ciudades representaron el 73 % de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo.
Lo anterior requiere dos cosas: primero, mayores esfuerzos en planificación, administración y gobernanza que permitan minimizar los efectos de la actividad económica sobre el medioambiente; y, segundo, que se comprometan esfuerzos en políticas de largo plazo.
Las ciudades inteligentes son aquellas que innovan aprovechando las nuevas tecnologías, para influenciar y mejorar la toma de decisiones de los actores y así mejorar su calidad de vida.
El potencial efecto de estas en temas ambientales no es nada despreciable. Según cálculos de McKinsey Global Institute, solo las aplicaciones en movilidad podrían reducir las emisiones de GEI entre 3 y 8 %.
Algunas soluciones de ciudades inteligentes en esta materia son: poner al servicio de los ciudadanos la información en tiempo real de la calidad del aire para reducir su exposición al material particulado (HAQT, Helsinki). Reducir el consumo de combustible y tiempos de viaje con base en información del tráfico y la implementación de semáforos inteligentes (Surtrac, Pittsburgh). Mejorar la eficiencia del uso de combustible e identificar buenas prácticas usando sensores en los vehículos (Ruedata, Bogotá; emprendimiento acelerado en el programa Capital-Tech).
Hace algunos años, hablar de ciudades inteligentes parecía ciencia ficción. Pero hoy, este tipo de iniciativas se están implementado en varias ciudades del mundo, y Bogotá no puede ser la excepción. Para ello debemos empezar por pensar en una visión de ciudad que tenga al ciudadano como el inicio y el fin de las políticas.
Publicado en El Tiempo el 14 de abril 2019 .